La ética de la canción
A menudo, embelesados de impacto, tendemos solo a fijamos en la foto de portada. En la explosión de luz y color, en la fuerza de la imagen, en la insolencia del poder. Pero incluso en el rock, un estilo / modo de vida que se conquista desde abajo, desde la calle, además del poder de la estética existe otro elemento si cabe aun más esencial: la ética. Y esta es la base desde la que Ricardo Ruipérez, ‘la otra mitad de M Clan’, ha facturado un álbum que se disfruta desde el sabor de lo cierto. La ética personal, la ética de los sentimientos, la ética de las canciones.
Ricardo lleva más de 20 años escribiendo algunas de las mejores canciones de M Clan. Es lo que mejor sabe hacer. Siempre desde ese segundo plano -nunca había sido cantante, casi nunca guitarra solista- que permite mirar con profundidad. Y ahora, con la madurez como acompañante y aprovechando la pausa pactada con su grupo, se ha tomado el tiempo necesario para dejar que afloren esas emociones intensas que casi nunca habitan a flor de piel y les ha dado forma de canción. De 12 canciones que completan un álbum que emociona, que sorprende y que deja un largo paladar: el que se infiere de un autor en su plenitud.
Producido por José Nortes y arropado por un equipo formado por Sergio Bernal (batería), Candy Caramelo (bajo), el propio José Nortes (guitarra), Luis Prado (piano y órgano), Txetxu Altube (coros), además de las cuerdas de Manu Clavijo y los metales de Miguel Malla que engrandecen la dinámica sonora y emocional, ‘En la distancia corta’ es un álbum de una sinceridad brutal. Espinoso asunto este de la sinceridad en la música, pero que aquí no se debe obviar. Ruipérez tardó en encontrar su voz, compuso buenas canciones con oficio y bonitas palabras y luego las arrojó por el desagüe, porque se dio cuenta de que solo tenía sentido contar la verdad, su verdad, mirar a su interior y extraer aquello que allí se encontraba, ya fuera amor, decepción, nostalgia o ese paso del tiempo que marca el background personal y que cada vez más se acerca a la prórroga. Segundos fuera, solo tiene sentido la ética.
Todo lo que hay en este disco es absolutamente real. Es el caso de ‘El bosque de los pájaros’, primer single de adelanto, en el que Ricardo Ruipérez habla de identidad, de sentimiento de pertenencia, de ese bosque por el que pasea cada mañana en la montaña a las afueras de su Murcia natal (“cenizas de piedra alineadas con forma de corazón”). De ‘Ahora que dudo’, sobre la necesidad de la reinvención personal (“con el viento en contra vuelvo a empezar”); de ‘Ángel dorado’, donde una lágrima resbala en el recuerdo a su hija Aitana; de ‘Tardes de lluvia’, con preciosa letra de Txetxu Altube (“Solo le pedí que lo que escribiera fuera verdad”, señala Ricardo); de las relaciones con su pareja (‘Nunca me he olvidado de ti’, ‘Ángel y demonio’); de esa maravilla folk-rock en la que el recuerdo de los viejos amigos se mece entre fraseos de violín; de los recuerdos felices de la infancia (‘Sombras de largo alcance’) o de un sueño convertido en canción para su otra hija (‘Daniela’).
Musicalmente se pueden buscar referentes en el rock con el que creció, ya sean Tom Petty, Ron Sexsmith o Damien Jurado, pero en realidad ninguno es del todo acertado. Quizá porque al tratarse de un disco tan personal solo se parece a sí mismo. Sin inventar la pólvora, sin estribillos resultones, sin trucos de veterano, con mayoría de tempos medios, con el mismo sabor de la realidad. Por eso alegra y duele a la vez. Un disco para escuchar y disfrutar de la música. Como se hacía antes, como siempre se debería hacer.